Necesito tu ayuda amigo lector. Necesito que me llenes de razones, que me refuerces positivamente que pegar no es la solución, que no sirve de nada, que no obtendré ningún beneficio ni alcanzaré ningún objetivo.
Te pongo en situación.
6:20 horas, me despierta mi mujer extrañada de que no me hubiese levantado. No habíamos compartido lecho porque antes de dormir la mayor se puso tontita y para no armar lío dejamos que durmiera con la mamá. A ella la despertó el pequeñín pidiendo su dosis de biberón, yo me había olvidado de conectar la alarma del móvil. “Mal empezamos el día” me dije, ducha pertinente, afeitado y desayuno imprescindible.
Voy con la hora pegada a esa zona de la espalda donde pierde su casto nombre y adquiere otro mucho más interesante, sexualmente hablando. Bajo al garaje (que tengo alquilado en un edificio ligeramente alejado) para traer el coche. Todavía es de noche y la niebla y el frío la hacen desapacible.
Vuelvo a casa y despierto a la mayor. No hay manera. Ni caso, se da media vuelta. Lo intengo de nuevo pero imposible. Me quedo con el pequeño, que ha dado buena cuenta del biberón y ahora tiene que permanecer un ratito erguido para no regurgitar. La mamá despierta a la mayor cogiéndola en brazos y llevándola a su habitación donde previamente le había preparado la ropa que hoy le tocaba ponerse, chándal que tenemos “sico” (psicomotricidad). Comienzan los lloros. Los primeros por despertarse, tiene sueño. La mamá con esa habilidad para dar la vuelta a la tortilla, la despista con que tendrá “sico” y calma la primera tormenta de la mañana.
Extrañamente hoy no pone reparos en ser vestida. Normalmente tardamos mucho porque su profesora Pepa la ha dicho que se tiene que vestir solita y no consiente que nadie la ayude, sea la hora que sea, vayamos bien o mal de tiempo.
Cuando ya solo queda hacer pis y el peinado… estalla la tormenta perfecta…” ¡que no quiero esta ropa! ¡que no me gusta! ¡ponme otra ropa!” mientras comienza a desabrocharse la chaqueta. "Que no, cariño, que estás muy guapa y hoy tienes sico” interpela la mamá. Mientras el pequeñín, contempla la escena con los ojos como platos, en los brazos de papá y éste por dentro empieza a jurar en arameo.
La tormenta adquiere visos de tempestad y los lloros se han transformado en gritos, son las 7:30 horas. La mamá toma el mando, “no grites, te va ha dar igual, estás muy guapa y vas a ir con este chándal”, “¡que no! ¡no me sujetes! ¡mala!”, “¡no pegues a mamá! ¡ostia! ¡vas con eso y punto! ¡coño!” escupe la boquita de piñón del papá. Más lloros, más gritos, que por ser redundantes no expongo. “Cálmate papá que si no ella no se tranquiliza” “¡pero que cojones! ¡mira niña o te callas o te pego una ostia que vas a ir volando al colegio! ¡coño! Es aquí donde necesito que me ayudes para no dar el siguiente paso y no hacer realidad las bravuconadas que acostumbro cuando me enfado.
Nunca la he tocado ni un pelo. Ni un cachete en el culo. Me supondría el jaque mate de la partida utilizar la fuerza y el miedo para conseguir el respeto de mi hija. Pero hay veces que tengo unas ganas irrefrenables de… ni escribirlo quiero. Hoy he comenzado el día con mal pie y con el espíritu por el suelo. Una vez tranquilo, todo esto me entristece y me agota el ánimo
En fin, creo que me compraré un saco de boxeo para rebajar a diario el nivel de adrenalina…