martes, 27 de febrero de 2007

NI CONTIGO NI SIN TI

Nuestra relación comenzó como lo hacen estas cosas, con una mirada. Nuestros ojos se cruzaron, se mantuvieron fijos un instante y supimos que lo nuestro sería para toda la vida.
Poco a poco nos fuimos conociendo y eso llevo anexados ciertos ajustes. Me costaba adaptarme a sus costumbres, a sus horarios, incluso a su régimen de alimentación. Supongo que ella también penó lo suyo con mi carácter, mis cambios de humor y mi afán perfeccionista.
Tuvimos épocas de no soportarnos. Cada uno lo expresaba de una forma diferente pero estar juntos suponía un suplicio para nuestro entorno. Lo reconozco, lloramos mucho. Mucho. Ella probablemente más que yo, pero a mi me afectaba más psicológicamente.
El tiempo y la costumbre hicieron que fuéramos engranándonos poco a poco. También ayudaron las visitas a las urgencias del hospital con ella. Rezaba a Dios para que todos sus males los sufriera yo elevados a la décima potencia.
Ella comenzó a madurar y yo a infantizarme. Cada vez compartíamos más cosas, cada vez disfrutábamos más estando juntos. De hecho, a veces cuesta distinguir quién de los dos es el de mayor edad. Hoy, aún con alguna discrepancia, nos queremos mucho. Mucho. Quizás ella pueda vivir sin mi, y así debe ser, pero yo sin ella me muero.
Te quiero hija mía.

5 comentarios:

Larrey dijo...

muy bonita la historia. ¿Y todo esto lo piensas en el metro?, ten cuiudado, que si te da por llorar eso puede ser un espectáculo. Me ha gustado mucho. De verdad.

Anónimo dijo...

...(...)Creo que aquí falta alguien!!...la que no puede vivir sin ninguno de los dos...

Os quiere
Mamita

Larrey dijo...

jeje, Sabina al quite...

Caminante dijo...

¡YA DECÍA YO! ... es que era tu hija. Así se comprende.
Un abrazo. PAQUITA
(Quedó bonita la historia)

Anónimo dijo...

Pero qué bonito, yo quiero que me quieran así, ya no solo como hija sino como mujer.Me alegra saber que aún quedan hombres así.
Bienvenido
Lucia