lunes, 25 de junio de 2007

MI PRIMERA VEZ

Aunque hoy es lunes, o precisamente por eso, merece la pena que intentemos dibujar una sonrisa en el rostro. Una sonrisa parecida a la de la “sueca que gusta de comer pollas canarias” o a la de Elena, estudiosa del baloncesto, que llego a la conclusión de que el Real Madrid había ganado el segundo partido de la final porque cuenta con dos grandes jugadores, uno Felipe y el otro Reyes. Más detalles en El Trastero de la Imaginación.
Pues eso, que leyendo a Larrey la semana pasada me acordé de la historia, anécdota o chascarrillo que me ocurrió hace un tiempo y que no estoy seguro de calificarla como graciosa pero quizás sí de simpática.
Se trata de mi primera vez. Todos hemos tenido una primera vez. Incluso Fernando Alonso y Rafa (que hace más kilómetros a la semana que el bicampeón) llevaron la L colgada de la trasera del coche. Mi iniciación fue ante todo sangrienta. Sabrosa y emocionante también fue. Y bonita, por supuesto, pero es que aquello se puso perdido de sangre.
Para quien no lo sepa le diré que mi señora esposa (joder como suena, que rimbombante, tacha, tacha) mi razón de vivir (con esto fijo que esta noche toca, je,je,… venga al grano que me distraigo), bueno mi partenaire es gallega, de un pueblecito del interior de Ourense. Así que visitamos a menudo esa bendita tierra, activista de la buena vida y enemiga acérrima de los dietistas y las clínicas de adelgazamiento.
El caso es que mi suegro hubo un tiempo en el que criaba cerdos para autoconsumo. Y yo, mal hijo de mi padre segoviano, no había presenciado nunca una matanza.
El invierno estaba siendo duro, no llovió en exceso pero el frió era tremendo. Aquella mañana de diciembre a las 7:30 horas la cocina de leña trabajaba a pleno rendimiento. Debíamos empezar pronto porque el matarife tenía comprometida otra matanza aquel día. Al terminar la faena llegaría el desayuno y en abundancia.
Abro un pequeño paréntesis para explicar lo numerosa que es mi familia política. Nueve hijos son. Actualmente todos emparejados y todos con hijos excepto los tres pequeños. Si nos juntamos sumamos 29 más una pequeña que nos vigila desde el cielo.
Mis cuñados me estaban esperando, lo sabía, pero no pensaba achicarme. Jugador de chica, perdedor de mus. Y para cojones los míos, ni Espartero ni la burra que montaba. Tenía que demostrarles que el señorito de ciudad no se amedrentaba por seis gorrinos que hubiera que matar, ni aunque fueran morlacos quinquenios.
-“Yo no sé que hacer, vosotros decirme.
-Tranquilo Eduardo, Carlos y Sindo sacan o choco amarrado por la boca, el resto cada uno cogemos de una pata, lo tumbamos aquí y Víctor se encarga del resto. Tú coge la pata derecha, pero con fuerza que cuando se ven cerca de morir son tremendos y al estirar la pata pegan un latigazo
-¿Y por qué delante y no atrás?
- Porque atrás a veces se cagan y es desagradable.”
Efectivamente Carlos y Sindo sacaron al cerdo. Todos acudimos prestos, cada cual sabía lo que tenía que hacer. Le agarramos las patas y el cerdo cayó de lado. Carlos tiraba del morro con el lazo y el cuello del cochino se estiró. Vi venir al matarife y comencé a comprender lo cabrones que fueron, y son, mis cuñados. Iba a ser espectador privilegiado del acuchillamiento del cerdo. Que suerte la mía, mi primera vez y en primera fila.
Víctor se colocó delante, mi cabeza sobre sus hombros. El cerdo gritando de miedo, sus hermanos respondiéndole desde la cochinera, los cuñados ¡venga! ¡xa o temos! El señorito de ciudad no se podía venir abajo. Los brazos en tensión sujetando la fortísima pata del animal, hasta que… cuchillo albaceteño de 20 centímetros que de un único y certero golpe penetra en el cuello del marrano y le sesga la aorta (eso creo). Vuelve a salir y la sangre mana a borbotones.
-“¡Joaquina onde estás? Trae a palangana!
- ¡Xa vou, xa vou, e que ides moi rápido!
Joaquina que no llega para recoger la sangre (y preparar luego una deliciosas filloas), la aorta cochina convertida en fuente que con la mano intenta taponar el matarife mientras. Y esa sangre que se le escapa entre los dedos. Aparece la palangana y comienza a remover la sangre que recoge para evitar que coagule.
Latigazo del cerdo que me hace despertar de la pesadilla y que certifica su muerte. La sangre también a mi me desaparece de la cara, disminuye la tensión y una intensa palidez asoma por la epidermis de mi barba. Me mareo, me caigo…¡no! Me sujeta un cuñado…
-“¿Qué pasa Eduardo?
- Nada estoy bien… pero, ¿todavía quedan cinco cerdos?”
Ahora sí que me desplomo, me vuelven a rescatar de la caída.
-“Vete donde Sabina que te den el remedio de Joaquina.”
-“Hola cariño
-¿qué tal amor? Estás pálido…
-Vengo por no sé qué del remedio de tu madre.
-Claro cariño, ahora te sentirás mejor. Toma este trozo de chocolate y bebe este chupito de orujo.”
La resurrección de Cristo. Una tableta de chocolate y media botella de orujo me pimplé. Ni seis cerdos, ni seis ejércitos de persas. Ya no había quien me parara… pero si quise irme con el matarife a la otra matanza a seguir repartiendo estopa de acero albaceteño.
Mi primera vez me enseñó que en los siguientes inviernos o debía salir a la matanza sin el calor de un par de copas de orujo

4 comentarios:

Larrey dijo...

En mi pueblo también hacíamos la matanza. Y yo lo que más recuerdo es el olor a pelo quemado y los gritos del animal. No me daba lástima, la verdad, porque ya me gustaba el jamón y siempre fui persona de principios, y no voy a ir por ahí con bocatas de medio kilo y diciendo no lo mates, no lo mates.

Dudu dijo...

A mi tampoco nunca me ha dado lástima. Impresión sí, que impresiona.

Elena dijo...

JA,JA,JA,JA.....(me he tenido que tapar la boca en el curro para q no me oiga nadie)...muy divertida, si señor, me lo estaba imaginando.

Algunos les ocurre esto en paritorio. Cuando mi segundo enano, Tir quiso mirar justo cuando te cosen y te apretan la tripa y de allí sale puffffff de todo, ... bueno, pues la matrona le dijo, "mejor quédate al lado de tu mujer, que mas de uno a venido a mirar ahora y le hemos tenido que recoger del suelo".

Bueno dudu, que valor tienes, yo de lejos lejitos,... cuando pongais el jamón en un plato me llamais ¿vale?

ralero dijo...

Jo, la verdad es... que prefiero la carretera.

Un abrazo.

Ps. A Alonso querría verlo yo, tan chulito, "manejando" por la A-49. Eso no es fórmula uno, sino fórmula TNT. Y sin cambio de neumáticos ni leches,