- “¡Mari! ¡a’onde vas!
- ¡voy al super tía!
- ¡vale tía yo a la biblio!”
Pasmado. Sin palabras me quedé. Avanzaba yo hacia la biblioteca también, tía, y tuve el honor de escuchar esta conversación. Rebuzno quizás sea más adecuado para definirla por su tono y su volumen.
La interfecta que emitió el primer berrido era una chica joven, supongo que adolescente, rondando los dieciséis. Tampoco estoy muy seguro porque no soy muy bueno en matemáticas en general y en cálculo en particular. Por ahí andaba la cosa. Pendiente en la boca, pantalones ceñidos y botas de esquimal. El caso es que más sorprendido me quedé cuando entró conmigo en la biblioteca.
Me olvidé del tema y me dediqué a recoger el libro al que me había apuntado en lista de espera. PEREZ-REVERTE, Arturo. “Corsarios de Levante”. Editorial Alfaguara. Hay que mencionarlo todo que los derechos intelectuales valen lo suyo, en este caso 20 euros que me he ahorrado. Este libro obliga a un paro técnico en la navegación del blog. Escribir en un libreta ideas para el blog, dormir la microsiesta y leer a Reverte, todo a la vez en el trayecto del metro resulta complicadillo.
Volviendo al tema inicial del artículo, salía yo tan contento con mi espadachín favorito bajo el brazo cuando avisté a nuestra protagonista a las puertas de la biblioteca aspirando con fruición el humo que desprendía un cigarrillo. Pobrecilla, pensé, tiene que relajarse del ahogo que debe producir estar cinco minutos rodeada de libros, para alguien cuyo vocabulario no alcanza las quinientas palabras. Por lo menos estar, estuvo en la biblioteca, tía.
- ¡voy al super tía!
- ¡vale tía yo a la biblio!”
Pasmado. Sin palabras me quedé. Avanzaba yo hacia la biblioteca también, tía, y tuve el honor de escuchar esta conversación. Rebuzno quizás sea más adecuado para definirla por su tono y su volumen.
La interfecta que emitió el primer berrido era una chica joven, supongo que adolescente, rondando los dieciséis. Tampoco estoy muy seguro porque no soy muy bueno en matemáticas en general y en cálculo en particular. Por ahí andaba la cosa. Pendiente en la boca, pantalones ceñidos y botas de esquimal. El caso es que más sorprendido me quedé cuando entró conmigo en la biblioteca.
Me olvidé del tema y me dediqué a recoger el libro al que me había apuntado en lista de espera. PEREZ-REVERTE, Arturo. “Corsarios de Levante”. Editorial Alfaguara. Hay que mencionarlo todo que los derechos intelectuales valen lo suyo, en este caso 20 euros que me he ahorrado. Este libro obliga a un paro técnico en la navegación del blog. Escribir en un libreta ideas para el blog, dormir la microsiesta y leer a Reverte, todo a la vez en el trayecto del metro resulta complicadillo.
Volviendo al tema inicial del artículo, salía yo tan contento con mi espadachín favorito bajo el brazo cuando avisté a nuestra protagonista a las puertas de la biblioteca aspirando con fruición el humo que desprendía un cigarrillo. Pobrecilla, pensé, tiene que relajarse del ahogo que debe producir estar cinco minutos rodeada de libros, para alguien cuyo vocabulario no alcanza las quinientas palabras. Por lo menos estar, estuvo en la biblioteca, tía.
2 comentarios:
curiosa historia, y real como la vida misma. Pese a todo me consuela pensar que en cualquier biblioteca sigue siendo complicado encontrar sitio...claro, que lo mismo es que faltan bibliotecas. Ah, por cierto, disfruta de tus 20 euros ahorrados, de aquí a nada te cobrarán por el préstamo...ay, madre, que país.
Por lo menos pasó por allí ¿Quien sabe? con el tiempo, quizás hasta lea. Besos, más besos. PAQUITA
Publicar un comentario